domingo, 4 de abril de 2010

Tu templo interior

Tu templo interiorChispita: ¿Hola amiga, cómo vas hoy?
Neblina: ¡De maravilla, Chispita! Sólo que es domingo… no quería despertarme, pero recordé que teníamos llamado para salir a escena, aún cuando se supone que es día de descanso, día de dar gracias al Señor…

Chispita: Así es lo establecido, Neblina, aunque mi sentir me dice que Dios, El Padre, espera que le honremos todos y cada uno de los días de nuestras vidas.


Neblina: Pero ya ves, muchas personas van al templo específicamente en sábado o domingo.


Chispita: Cierto, aunque en los mismos evangelios hay un pasaje en donde Cristo realiza una curación en sábado. No faltó quien lo criticara. Hasta el mismo Sanedrín, la corte suprema del pueblo de Israel, lo condenó por ello. Cristo no hacía más que lo que su Padre esperaba de él: que practicara la Ley del Amor sin asignar día o fecha de la semana.


Neblina: Aún así, en vez de trabajar, el domingo se acostumbra ir a misa, al servicio cristiano, al templo ortodoxo, al centro de meditación, etc. etc.


Chispita: Y ello merece respeto, porque la plegaria en grupo incrementa las vibraciones positivas para el planeta. Desafortunadamente, hay quienes al salir de ahí, se dejan atrapar nuevamente por los engaños del ego: celos, resentimientos, vanidad, críticas… Al sentir que han “caído” de nuevo, les reconforta pensar que el acudir nuevamente al templo, bastará para quedar “libres de culpa”.


Neblina: ¿Existe otra manera de lograrlo?


Chispita: Tan fácil como recapacitar que el templo no es algo fuera, sino dentro de ti y, por lo tanto, a dondequiera que vayas, tratarás de mantenerlo impecable.


Neblina: ¡Me la pones un poco difícil, Chispita!


Chispita: No lo es tanto si nos formamos el hábito de observarnos a nosotros mismos. Por ejemplo, en el caso de la crítica, cada vez que me sienta tentada a emitir un juicio sobre una situación o persona, puedo hacerme la “Prueba de los Filtros de Sócrates”.


Neblina: ¿De qué se trata? ¡Explícame!


Chispita: Se trata de hacernos el “examen del Triple Filtro” que el sabio filósofo Sócrates nos propone. Primero el Filtro de la Verdad: ¿Estoy segura de que lo que voy a juzgar o decir es verdad? De no ser así, no lo externo. Segundo, el Filtro de la Bondad: ¿Es algo bueno lo que voy a juzgar de esa persona? Si no es Verdad ni tampoco es Bueno, ¿quizás sea de Utilidad? (Tercer Filtro). Si tampoco resulta útil que lo diga, no tiene caso ocupar mi tiempo y pensamientos en temas que en vez de allanar mi camino de crecimiento interior, lo obstaculizan.


Neblina: ¡Pero es que controlar el pensamiento es muy difícil!


Chispita: No es fácil, pero tampoco imposible. Un maestro de meditación decía que los pensamientos son como un brioso corcel: si éste no lleva un jinete que le controle la rienda, corre desbocado y sin dominio alguno.


Neblina: ¿Y quién es ese “jinete”?


Chispita: la Mente con mayúscula, o nuestro Yo Superior quien, trabajando a través de la conciencia nos puede mantener en estado de “alerta” para filtrar toda negatividad, crítica destructiva o pesimismo que puedan entrar a perturbar nuestra paz interna.


Neblina: ¿Ese templo interior es la “fortaleza” de mi casa mental?


Chispita: Así es. El “templo” es el hogar de tu espíritu. Y tratándose de tu hogar, supongo que te gusta tenerlo siempre limpio, agradable, lleno de luz y armonía, libre de impurezas. No permitirías que el vecino, por ejemplo, venga y tire basura en el patio de tu casa, ¿verdad?


Neblina: ¡Por supuesto que no!


Chispita: De la misma manera no debemos permitir la entrada de pensamientos ni sentimientos “basura” a nuestro Templo Interior, nada que venga a enturbiar la luz y la calma de nuestro recinto interno. Cuando algo así amenaza en nuestras vidas, mejor alejarnos, cerrar las puertas al exterior, y visitar ese templo cuantas veces así lo necesitemos.


Neblina: ¡Qué bendición saber que no necesitamos abordar un taxi o recorrer millas y millas para llegar a nuestro propio templo y encontrar la paz!


Chispita: No, querida amiga. Basta permanecer tranquilamente ahí en donde estás, cerrar los ojos, observar tu respiración y escuchar el silencio... hasta llegar al umbral de tu templo interno. Una vez ahí recobras la calma, tu poder, tu control sobre ese brioso corcel del pensamiento. Comienzas a sentir la presencia de la luz que te rodea, de la paz y la seguridad que te circundan… Permites que aflore la guía de tus ángeles y seres de luz.


Estas ahí, en el eterno presente, en la quietud y armonía de tu resguardo interior, no sólo un específico día de la semana, sino cuantas veces así lo desées. Porque tú eres el templo. No lo olvides. ¡Entra en él y aviva tu propia luz!


Elvira G.

® Derechos Reservados.

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