domingo, 17 de abril de 2011

Bienaventurados...

Por Emmet Fox.

Extracto del libro El Sermón de la Montaña. (Capítulo 2, “Las Bienaventuranzas”) Bienaventurados“Y viendo la muchedumbre, subió a un monte; y sentándose, se acercaron a él sus discípulos. Y abriendo su boca, les enseñaba, diciendo:

Bienaventurados los pobres en espíritu: porque de ellos es el reino de los cielos.

Bienaventurados los que lloran: porque ellos serán consolados.

Bienaventurados los mansos: porque ellos heredarán la tierra.

Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia: porque ellos serán saciados.

Bienaventurados los misericordiosos: porque ellos alcanzarán misericordia.

Bienaventurados los limpios de corazón: porque ellos verán a Dios.

Bienaventurados los pacíficos: porque ellos serán llamados hijos de Dios.

Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia: porque de ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados seréis cuando os vituperaren y os persiguieren, y dijeren de vosotros todo mal por mi causa, mintiendo.

Gozaos y alegraos; porque vuestra merced es grande en los cielos; que así persiguieron a los profetas que fueron antes que vosotros. (Mateo, V 1-12)

El Sermón del Monte comienza con las ocho Bienaventuranzas. Esta es, sin duda, una de las secciones más conocidas de la Biblia. Aún aquellas personas cuyo conocimiento de las Escrituras se limita a media docena de los capítulos más familiares, conoce de memoria las Bienaventuranzas.

Casi nunca las comprenden, por desgracia, y generalmente las consideran como consejos hacia una perfección teórica sin aplicación alguna en la vida diaria. Tal hecho se debe a una carencia completa de la Clave Espiritual.

Las Bienaventuranzas constituyen un hermoso poema en prosa de ocho versos, formando un todo armonioso que es al mismo tiempo un resumen acabado de la enseñanza cristiana.

Se considera más una sinopsis espiritual que literaria, que recoge el espíritu de la enseñanza mejor que la letra. Resúmenes de esta índole son característicos del antiguo sistema oriental de tratar una cuestión religiosa o filosófica.

Nos recuerda los Ocho Caminos del Budismo, los Diez Mandamientos de Moisés y otros compendios semejantes.

Jesús se dedicó exclusivamente a enseñar principios generales, los cuales tenían siempre que ver con estados mentales, porque Él sabía que cuando se piensa con rectitud la conducta resulta asimismo recta, y, por el contrario, cuando el pensamiento toma una dirección torcida, nada puede salir bien.

A diferencia de otros grandes guías religiosos. Jesús no nos da instrucciones detalladas acerca de lo que debemos o no debemos hacer; no nos manda comer o beber ciertas cosas ni abstenemos de ellas; no nos ordena cumplir tales o cuales observancias rituales en determinados tiempos o estaciones.

En realidad, todo su mensaje es antirritualista y antiformalista. Por eso fue intransigente en todo momento con el clero judío y su teoría de la salvación mediante las ceremonias verificadas en el templo:

"Es llegada la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre... pero ya llega la hora y ahora es cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad, pues tales son los adoradores que el Padre busca. Dios es espíritu y los que le adoran han de adorarle en espíritu y en verdad."

Los fariseos, con su terrible y detallado código de requisitos externos, fueron los únicos contra quienes Jesús mostró una completa intolerancia.

Un fariseo escrupuloso de aquel tiempo -la mayoría de ellos eran extremadamente estrictos- tenía que dar cumplimiento cada día a un sinnúmero de detalles exteriores para alcanzar conciencia de que había satisfecho las exigencias de su Dios.

Un rabí contemporáneo ha calculado el número de tales requisitos en unos seiscientos, y como es obvio que ningún ser humano podría llenar cumplidamente una responsabilidad semejante, la consecuencia natural sería que la víctima, sabiéndose siempre muy lejos del exacto cumplimiento de su deber, viviera perennemente bajo un crónico sentimiento de pecado.

Ahora bien, creerse pecador equivale prácticamente a ser pecador con todas las consecuencias que se derivan de tal condición. La ética de Jesús contrasta con todo esto. Su objeto es precisamente liberar al corazón de poner su confianza en cosas externas, sea para lograr recompensas temporales o para alcanzar la salvación espiritual.

Él quiere llevamos a una actitud mental completamente nueva, y esto es lo que las Bienaventuranzas nos muestran gráficamente..."

Puedes bajar el texto completo (“El Sermón de la Montana”, por Emmet Fox) de Internet, o solicitármelo y te lo envío por email.

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