Había un hombre sabio que vivía a la orilla del mar en un
pueblo muy pequeño. Todas las mañanas acostumbraba caminar por la playa
agradeciendo la presencia del sol, del viento, la lluvia, etc.
Cierto día, durante su caminata matutina vio que la orilla
de la playa estaba llena de estrellas de mar. Las había rojas, rosadas,
anaranjadas y violetas… Corrió hasta ellas y con enorme tristeza vio que había
kilómetros y kilómetros de arena cubiertos por bellas y frágiles estrellas de
mar. De los ojos del sabio cayeron lágrimas porque sabía que las estrellas de
mar viven sólo cinco minutos fuera del agua.
Con cuidado de no pisarlas, comenzó a caminar por la playa,
con el corazón afligido. Avanzaba lentamente pensando en la fugacidad de la
vida, en cómo a veces equivocamos nuestras prioridades, cómo es que perdemos
nuestro tiempo en cosas sin trascendencia…
Entonces descubrió a lo lejos la figura de un chico que se
agachaba a cada momento, recogía algo de la arena y lo lanzaba al mar. Hacía lo
mismo una y otra vez.
Tan pronto como se aproximó, se dio cuenta de que
lo que el chico cogía eran estrellas de mar que las olas depositaban en la
arena, y una a una las arrojaba de nuevo al agua.
Intrigado, se acercó y le preguntó sobre lo que estaba
haciendo, a lo cual el chico respondió:
- Estoy lanzando las estrellas marinas nuevamente al océano.
Como ves, la marea está baja y se han quedado en la orilla. Si no las arrojo de
nuevo al mar, morirán aquí.
- Entiendo -le dijo el viejo- pero debe de haber miles de
estrellas de mar sobre la playa. No puedes lanzarlas todas, son demasiadas. Y
quizás no te des cuenta de que esto sucede probablemente en cientos de playas a
lo largo de la costa… ¿No estás haciendo algo que no tiene sentido? Aunque
salvaras a miles, habría millones de ellas que morirían de todas formas. Tu
esfuerzo no tiene sentido.
La mirada del chico se llenó de lágrimas, miró desconcertado
la inmensidad de la playa y la magnitud del desastre a la que el sabio se
refería, en silencio el chico sonrió, se inclinó, tomo una estrella y, mientras
la lanzaba de vuelta al mar, respondió:
- ¡Para ésta sí lo tuvo!
Este cuento de Loren Eiseley es maravilloso!!! Nos muestra
que ningún esfuerzo es en vano, la fuerza y la validez de cualquier acción o
actitud es grandiosa aunque llegue sólo a una persona. Es importante saber
dirigir nuestros esfuerzos y propósitos. Cuando tocas el alma de una persona,
aunque sea sólo una, el mundo será mejor. Mejorar el mundo le da sentido a
nuestra vida y esto es suficiente con un acto aunque sea simple.
Y tú, ¿cómo tocas la vida de los demás?
1 comentario:
Me gusta mucho este cuanto, también lo tengo en mi blog.
Un gusto leerte.
Abrazos.
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