Entrelazadas, inseparables, tejiendo con sus movimientos una enmarañada tela, las ilusiones danzan alocadamente, siguiendo el ritmo que les marca la Vida para lograr el espectáculo de la realidad.
Danzan y danzan, hermanadas las unas a las otras. De pronto, una de ellas sale del círculo y dice:
--Esperen, esperen, estoy un poco cansada, la Ilusión de la Alegría tiene también sus limitaciones. Cuando los hombres reciben lo que ellos llaman una buena noticia, súbitamente se revisten de mí y me hacen danzar hasta el cansancio. Como yo también soy muy humana, me desvanezco pronto para dejar lugar a mi hermana la Ilusión de la Tristeza, porque a una buena noticia no necesariamente suceden hechos agradables.
--Es cierto –comenta a Ilusión de la Tristeza-, saliendo a su vez del círculo. El hombre me hace cantar entonces con mi lira las tonadas más melancólicas y tristes, hasta que llega la Ilusión de la Tranquilidad, por una ventana, a ocupar mi lugar. Envuelve al hombre y le hace sentirse en paz por unos momentos pero, al fin hermana nuestra, la Tranquilidad es también muy inestable, sigue su danza y pronto lo abandona; él se aferra entonces a cualquier otra ilusión que asome por su casa. Tal vez sea la Ilusión del Fastidio, la Ilusión del Desengaño o una nueva Ilusión de Euforia.
Nosotras, las ilusiones, somos tantas y tan sutiles, que en ocasiones apenas se nos puede ver, pero todas nos unimos para engañar al hombre. El no se da cuenta y se deja caer en nuestros brazos, nosotras podemos hacerlo trizas si queremos. Jugamos con él como con un bebé. Venimos todas de su mente de deseos. Las ilusiones no somos más que deseo de realidad. Como el hombre no conoce verdaderamente la realidad, las ilusiones seguimos nuestra danza cotidiana, la cual no cesará sino hasta que él se dé cuenta de lo real verdadero, y aminore nuestro ritmo. Cuando el hombre haya tomado las riendas de su conciencia, dejará de ser arrastrado por nosotras.
--¿Crees que eso sea posible?- pregunta de pronto un hombre que había estado observando la danza de las ilusiones.
--Sí –contesta la Ilusión de la Tristeza-, nosotras no vivimos más que en tanto el hombre permanece adormecido y ciego.
--¿Es acaso, entonces, que la existencia de ustedes es vana? –pregunta una vez más el espectador.
--No vana, precisamente –responde la ilusión. Somos necesarias al igual que todo es necesario en la existencia. Somos el paso que hay que trasponer para llegar a un peldaño más alto. Mira, si tú no te hubieras dado cuenta de que existimos, y de nuestra interminable danza, no hubieses podido llegar a la conclusión de que hay otra realidad. El hombre tiene un cuerpo mental de deseo –el Kama Manas de los hindúes-, pero también tiene otro cuerpo mental, el mental desprendido de deseo, el Manas, dentro del cual el hombre sabio debe orientar su búsqueda. Ahí hallará otra ronda de ilusiones o deseos tales como el buscar la verdad o el bien de la humanidad.
En la ronda inferior de nuestra danza, no encontrará más que las ilusiones propias a los deseos de algo que es efímero y pasajero. Nosotras, encerrándole en nuestro círculo, le damos la ilusión global de una “realidad” que no puede ser tal, puesto que es movible y pasajera. El hombre debiera entonces librarse de este círculo de ilusiones para que pueda vislumbrar otras danzas en otras esferas más elevadas…
Cae entonces un largo y profundo silencio.
--Y ahora –se pregunta finalmente el espectador-, ¿cómo saber si no he sido atrapado, a mi vez, por la más terrible de las ilusiones: la Ilusión de la Soberbia… la ilusión de haberlo comprendido todo?
Elvira G.
® Derechos Reservados.
Danzan y danzan, hermanadas las unas a las otras. De pronto, una de ellas sale del círculo y dice:
--Esperen, esperen, estoy un poco cansada, la Ilusión de la Alegría tiene también sus limitaciones. Cuando los hombres reciben lo que ellos llaman una buena noticia, súbitamente se revisten de mí y me hacen danzar hasta el cansancio. Como yo también soy muy humana, me desvanezco pronto para dejar lugar a mi hermana la Ilusión de la Tristeza, porque a una buena noticia no necesariamente suceden hechos agradables.
--Es cierto –comenta a Ilusión de la Tristeza-, saliendo a su vez del círculo. El hombre me hace cantar entonces con mi lira las tonadas más melancólicas y tristes, hasta que llega la Ilusión de la Tranquilidad, por una ventana, a ocupar mi lugar. Envuelve al hombre y le hace sentirse en paz por unos momentos pero, al fin hermana nuestra, la Tranquilidad es también muy inestable, sigue su danza y pronto lo abandona; él se aferra entonces a cualquier otra ilusión que asome por su casa. Tal vez sea la Ilusión del Fastidio, la Ilusión del Desengaño o una nueva Ilusión de Euforia.
Nosotras, las ilusiones, somos tantas y tan sutiles, que en ocasiones apenas se nos puede ver, pero todas nos unimos para engañar al hombre. El no se da cuenta y se deja caer en nuestros brazos, nosotras podemos hacerlo trizas si queremos. Jugamos con él como con un bebé. Venimos todas de su mente de deseos. Las ilusiones no somos más que deseo de realidad. Como el hombre no conoce verdaderamente la realidad, las ilusiones seguimos nuestra danza cotidiana, la cual no cesará sino hasta que él se dé cuenta de lo real verdadero, y aminore nuestro ritmo. Cuando el hombre haya tomado las riendas de su conciencia, dejará de ser arrastrado por nosotras.
--¿Crees que eso sea posible?- pregunta de pronto un hombre que había estado observando la danza de las ilusiones.
--Sí –contesta la Ilusión de la Tristeza-, nosotras no vivimos más que en tanto el hombre permanece adormecido y ciego.
--¿Es acaso, entonces, que la existencia de ustedes es vana? –pregunta una vez más el espectador.
--No vana, precisamente –responde la ilusión. Somos necesarias al igual que todo es necesario en la existencia. Somos el paso que hay que trasponer para llegar a un peldaño más alto. Mira, si tú no te hubieras dado cuenta de que existimos, y de nuestra interminable danza, no hubieses podido llegar a la conclusión de que hay otra realidad. El hombre tiene un cuerpo mental de deseo –el Kama Manas de los hindúes-, pero también tiene otro cuerpo mental, el mental desprendido de deseo, el Manas, dentro del cual el hombre sabio debe orientar su búsqueda. Ahí hallará otra ronda de ilusiones o deseos tales como el buscar la verdad o el bien de la humanidad.
En la ronda inferior de nuestra danza, no encontrará más que las ilusiones propias a los deseos de algo que es efímero y pasajero. Nosotras, encerrándole en nuestro círculo, le damos la ilusión global de una “realidad” que no puede ser tal, puesto que es movible y pasajera. El hombre debiera entonces librarse de este círculo de ilusiones para que pueda vislumbrar otras danzas en otras esferas más elevadas…
Cae entonces un largo y profundo silencio.
--Y ahora –se pregunta finalmente el espectador-, ¿cómo saber si no he sido atrapado, a mi vez, por la más terrible de las ilusiones: la Ilusión de la Soberbia… la ilusión de haberlo comprendido todo?
Elvira G.
® Derechos Reservados.
5 comentarios:
QUE BONITO!!!!! Y QUE CIERTO!!!!!
GRACIAS ELVIRITA POR COMPARTIRLO.
UN ABRAZO MUY FUERTE!
ELVIA...
Hermoso texto Elvira! La Ilusión de la Soberbia está tan al alcance de la mano...
Un fuerte abrazo de luz, Mirta
Gracias, Mirta!
Esta pequeña historia data de hace 26 años!... Desde entonces ha esperado largos años, quietecita, en el fondo de una gaveta, para poder salir al aire. Forma parte de, y da título a una pequeña colección de textos que llamo también "La Danza de las Ilusiones".
Ya le he registrado en Derechos de Autor, y ahora sólo están -al igual que yo-, en busca y espera de "editor"...
Gracias por tus comentarios. Al parecer, "la danza de las ilusiones" sigue aún vigente en este plano...
Un abrazo enorme, Hermana del Camino!
Elvira G.
Buena pregunta...
Cecilia...
Cecilita:
Sólo el Creador lo sabe... por eso creo que el manto de la humildad, la verdadera, la del corazón, nunca nos estará de más...
¡Un abrazo, y gracias por la lectura!
Elvira...
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