“Las cosas están tan mal últimamente, que hay qué rezar mucho”, escuché el otro día de una conocida mía. Me quedé pensando sobre el tema y me dije: sí, hay qué orar mucho, pero creo que no se trata de tan sólo cerrar los ojos y recluirse en un sitio apartado de la casa para comenzar a repetir frases hechas, huecas, aprendidas de memoria, como si estuviéramos entrando en un trance hipnótico.
Considero que, hoy en día más que nunca, nuestra oración debiera de ser “vívida”, es decir, que oremos actuando, o que nuestras oraciones se transmuten en acciones. De pronto recordé al buen “Hermano de Asís”, aquél que despreció y abandonó los lujos y comodidades de su herencia terrenal y material, para entregarse totalmente a la búsqueda y la consecución, más bien, de su heredad divina. Para ello trazó su camino con una oración que, hasta hoy en día, sigue totalmente vigente y guiando a miles de peregrinos en su camino hacia la Luz y la paz interior.
Hazme, Señor, instrumento de tu Paz
Francisco de Asís no se envanece sino que, por el contrario, se siente supeditado al poder del Padre y le pide, humildemente, que lo convierta tan sólo en un “instrumento” para llevar la paz a todos sus congéneres.
Que donde haya odio, siembre yo amor
El santo de Asís no pretende cambiar a fondo las pasiones humanas. Acepta poder tan sólo “sembrar amor”, es decir, poner en el corazón de quien ha dejado entrar ahí al odio, la semilla del amor para que germine. Una práctica que, como ser humano, necesito yo realizar no sólo con seres ajenos a mí, que estén enemistados entre ellos…. sino echar un vistazo a mi propio corazón. ¿Guardo aún ese sentimiento tan desgastante en mi interior? San Francisco lo pone como primera actitud negativa a erradicar, porque, ya sin el odio, se allana más fácilmente nuestro camino.
Donde haya injuria, pueda yo sembrar perdón
Cuando alguien ha herido con acción o con palabras a alguien más, el agredido se siente maltratado, vejado, humillado. ¿Cómo olvidar los hechos? Yo podría llevar un poco de luz a la situación y lograr con ello que quien se sienta agredido, pueda liberarse de sus sentimientos negativos. Además de quitarnos un peso de encima emocionalmente, al perdonar, vamos rompiendo cadenas. Esos pesados eslabones que nos atan a sentimientos bajos y destructores. Perdonando cobramos alas para volar cada día más ligeros, invencibles, hacia la luz.
Donde haya duda, siembre yo fe
¡Como seres humanos dudamos por tantas cosas! Dudamos de nosotros mismos, de nuestras extraordinarias cualidades para alcanzarlo todo. También dudamos a veces de las posibilidades externas. El enfermo puede dudar si el médico que le atiende realmente le ha dado el medicamento correcto. O la madre puede dudar si su hijo pasará el examen de admisión a la universidad. Permite entonces, Señor, que yo pueda sembrar la fe en esa tu constante presencia con nosotros, esa fuerza indescriptible que nos ha creado, y que está ahí para auxiliarnos en todo momento.
Donde haya desaliento, pueda yo sembrar esperanza
De lo anterior –de la fe-, se desprende la esperanza. Si no confiamos en algo o en alguien, no podemos esperar nada, y el desaliento nos aniquila. De ahí que el poder sembrar una brizna de luz, un destello de esperanza en quien nos confía su desilusión ante la vida, o ante cualquier otra situación de su existencia, es una forma muy positiva de “hacer oración”. La esperanza es ese “faro de luz” que ojalá todos tengamos en nuestras diarias perspectivas y expectativas, tanto dentro de nosotros, como para ser capaces de compartirla con alguien más.
Donde haya sombra, siembre yo luz
Ciertamente, no lo podemos negar, estamos atravesando tiempos difíciles. Crisis económica, desempleo, cataclismos, enfermedades. Todo parece aumentar la “oscuridad” circundante. Sin embargo, gracias a la fe y la esperanza que hemos cultivado en nuestro corazón, y a través de leer libros positivos o de reunirnos con otros seres que igualmente buscan la luz, podremos avivar nuestro fuego interno para sembrar la semilla de la paz y la luz en los corazones de quienes nos rodean.
Donde haya tristeza, siembre yo alegría
Cuando vivimos en la luz, la esperanza, la fe, el perdón y el amor, ¿crees que pueda caber en tu hogar interior algo más que no sea la alegría? Es la dicha del equilibro y la armonía interior. Si procuramos día a día mantenernos en este estado, fácilmente podemos compartir esa alegría de vivir con los demás. La tristeza todo lo marchita, todo lo apaga, todo lo deteriora… ¡hasta al cuerpo físico! Se ha comprobado que una persona triste y cabizbaja es más propensa a enfermarse. De ahí que, en la medida de nuestras capacidades, ¡sembremos alegría!
Oh, divino Maestro, concédeme que no busque ser consolado, sino consolar. Que no busque ser comprendido, sino comprender. Que no busque ser amado, sino amar.
Es decir, que no pretenda yo recibir antes de dar. Necesito actuar y sembrar primero, para luego recolectar. Que no me pregunte: ¿qué me pueden dar los demás o qué puedo obtener de ellos? Más bien, necesito cuestionarme: ¿qué puedo hacer hoy por los demás? ¿De qué manera puedo ofrecer un servicio a mi familia, mis amigos, mis vecinos, mi barrio, mi país, mi planeta? Sólo entonces la abundancia del Universo se volcará sobre nosotros.
Porque dando es como recibimos, perdonando es como tú nos perdonas, y muriendo en ti, es como nacemos a la vida eterna…”
Creo que si “oramos” así día a día, podemos contribuir a la energía positiva y la paz del universo. Para comenzar a vibrar más alto, necesitamos soltar amarras tan densas como el odio, la injuria, la duda, el desaliento, la oscuridad y la tristeza. Ya no podemos ni debemos esperar más. Avanzar hacia la Luz nos requiere ligereza, ¿para qué seguir cargando con esos “fardos” tan pesados y densos que niegan nuestra verdadera naturaleza y esencia: la Luz? San Francisco de Asís nos trazó una senda ideal para “ascender” con nuestros actos en la vida diaria. ¿Por qué no tratar de seguirla?
Elvira G.
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