sábado, 12 de diciembre de 2009

Pensante Caminante


Era apenas medio día y el sol estaba justo en lo alto, sin embargo, Pensante Caminante, cansado ya de tanto andar, se sentó a la vera del camino sin ningún deseo de proseguir. Hacía mucho tiempo que iniciara esa marcha, al principio por imitar a los demás, dejándose tan sólo guiar por quienes iban adelante. De pronto cobró conciencia de ese caminar, aparentemente sin sentido, y comenzó a preguntarse: ¿de dónde venimos? ¿a dónde vamos? ¿quién nos ha puesto aquí? ¿quién ordena que marchemos?

Había recorrido ya varias leguas y preguntado por doquier, pero nadie daba respuesta a sus preguntas. Parecía que la gente de los pueblos por donde había pasado, no se preocupaba por esos interrogantes. Algunos se detenían en un sitio, otros continuaban sin inquietarse, aceptando tranquilamente lo que el día les deparara. No obstante, Pensante Caminante no dejaba de cuestionarse y, al no encontrar respuesta, deseaba mejor dormir. De pronto, las alegres voces de unos peregrinos que acertaban a pasar por ahí, le sacaron de su ensimismamiento.

--¡Hey, amigo! -le dijo alguien-, ¡levántate!, ¿qué haces ahí? Ven, únete a nosotros. Pronto llegaremos a una gran feria.

Nuestro personaje levantó la vista y se encontró con la mirada de un hombre joven y fuerte, quien le sonreía amablemente.

--¿A dónde van? -preguntó Pensante Caminante.

--¿Para qué hacer preguntas? -respondió el aludido-, estamos de paso y no debemos detenernos. Yo espero llegar al próximo pueblo en donde me aguarda una mujer que me dará hijos y cuidará de mi casa.

--¿Y eso es todo? -volvió a preguntar Pensante Caminante.

--¿Qué más puede pedir el hombre cuando se va haciendo tarde y no tiene aún un hogar al cual llegar? -contestó el interrogado, continuando su camino.

A Pensante Caminante no le hicieron mucha gracia estos razonamientos y se dispuso de nuevo a dormir. No bien había cerrado los ojos cuando un hombre, de gesto adusto y fría mirada, lo despertó con un leve toque de su bastón.

--¿Qué haces ahí? -dijo el recién llegado.

--Descanso un poco -respondió Pensante Caminante.

--¿Descansar cuando aún hay tanto por andar? -recalcó el hombre de gesto adusto.

--Sí, señor -contestó nuestro personaje-, si no sabemos a dónde hay que llegar…

--¿Que no lo sabemos? -repuso el aludido-, ¡yo debo apresurarme, voy a un pueblo en donde seré elegido dirigente!

--¿Dirigente? -preguntó, tímido, Pensante Caminante.

--Sí, dirigente de un partido político, gracias al cual seré aclamado y respetado, casi temido si me lo propongo. ¡Seré alguien! -terminó con voz tajante el desconocido- y, sin esperar respuesta, siguió su camino con paso rápido y firme.

¿Dirigente? -se decía Pensante Caminante. ¿Cómo es posible que alguien que sólo busca el poder y el aplauso, pueda dirigir a los demás?

Después de cavilar un rato, volvió a quedarse dormido, hasta que un suave canto le despertó.

--¿Qué haces ahí tan desanimado a la orilla del camino? -le dijo el recién llegado.

--Observo -contestó Pensante Caminante.

--¿Y qué observas? –inquirió nuevamente el extraño.

--Que la gente camina sin saber a dónde va –contestó de nuevo nuestro personaje.

--¿Y qué se puede hacer? –repuso el recién llegado. Yo -dijo-, soy cantante, algo poeta y humorista. Trato de adornar la realidad para que los demás olviden sus penas. Tal vez llegue a ser un cantante famoso y la gente quiera conocerme y tener mi autógrafo en un trozo de papel. Recibiré muchos aplausos y mi nombre irá de boca en boca. ¡Ah, es tan consolador que los demás piensen en uno! –y diciendo esto, se puso a tararear una alegre canción. ¿Sabes? -dijo de nuevo-, ahora que me vaya no seré ya un desconocido para ti, el recuerdo de mi voz y mi canción habrán quedado en tu memoria.

--¿Y después? -preguntó de nuevo Pensante Caminante.

--Después -contestó el aludido-, el tiempo lo dirá.

Y se fue alejando por el camino, mientras gritaba a Pensante Caminante:

--¡Anda, no te quedes ahí, el día es joven y aún hay muchas cosas por hacer!

Pensante Caminante se quedó reflexionando unos momentos. Después de todo –se dijo-, el poeta es el más humano de todos ellos. El primero no busca más que el placer y el bienestar material, y se afana para lograrlo; el segundo quiere tan sólo honores y gloria que habrán de pasar; este último al menos busca alegrar los corazones adornando la realidad, aunque él mismo reconozca que eso será pasajero. Pero nadie parece inquietarse en saber por qué estamos aquí. Si nadie me da la repuesta, prefiero dormir. Pensando esto, se quedó otra vez tranquilo. Sin embargo una voz interior le urgía a seguir adelante, a pesar de todo. ¿Para qué? –se repetía nuestro personaje cuando de pronto una voz cascada vino a sacarle de sus pensamientos.

--Hijo, ¿qué haces aquí?

--Estoy cansado –respondió Pensante Caminante. Hace un buen rato que camino sin saber ni de dónde vengo ni hacia dónde voy. ¿Sabrías tú decírmelo?

--Sí, -contestó el interrogado. Has salido entre sueños de la Casa de tu Padre, y ahora necesitas continuar tu camino hasta volver a encontrarlo.

--¿De la Casa de mi Padre?

--Sí, -contestó el recién llegado- todos somos hijos de un mismo padre, quien ha permitido que salgamos de su casa, y nos ha puesto en este camino para probar nuestra fidelidad a su estirpe. Hay quienes, una vez que llegan aquí, se olvidan de su procedencia. Hay otros que a medida que marchan por el camino, se maravillan con todo lo que encuentran a su paso y quieren quedarse en ese lugar. Pero hay gente como tú, que se inquieta y se pregunta y que, tarde o temprano, buscando de corazón, hallará la respuesta.

--He pasado ya por tantos pueblos que estoy realmente cansado –comentó el joven- pero dime: ¿hacia dónde hay qué caminar para llegar a la Casa del Padre?

--Es una senda que no se recorre físicamente, no es cuestión ni de lugar ni de espacio, es un camino que se encuentra en el interior de nosotros mismos –respondió nuevamente el viejo.

--De nuevo no comprendo –replicó Pensante Caminante. Primero dices que hay que continuar el camino, y luego agregas que no son nuestros pasos sobre la Tierra los que han de llevarnos a nuestro fin, ¿entonces?

--Bueno, eso es un poco complejo –replicó el viejo-, digamos que los pasos que nos conducirán a nuestro padre, son vivencias y aprendizajes hacia nuestro interior, que se van dando mientras desgastamos el cayado que nos apoya y sostiene. El tuyo es aún muy fuerte, has recorrido apenas el inicio de la jornada, y te servirá todavía un largo tramo.

--¿Mi cayado? –preguntó sorprendido Pensante Caminante.

El cayado del cuerpo físico que nos ha dado el Padre para recorrer el camino -respondió el viejo. Por lo general debemos desgastarlo para retornar a él. Hay peregrinos que son llamados repentinamente a casa del Padre cuando su cayado aún está en muy buen estado, eso no se puede evitar ni se debe discutir. ¡Pero cuidado con quien portando aún un excelente cayado, quiera ya detenerse! ¿Con qué cara contestará al Padre cuando éste le pregunte lo que aprendió en el camino? Así que no pierdas tiempo, ya te llegará el momento de descansar. Además, puedo asegurarte que entre más hayamos andado el camino, enriquecidos por lo aprendido durante la jornada, sentiremos aligerarse nuestro paso de tan sólo presentir que vamos al reencuentro con el Padre…

Entusiasmado con la respuesta del viejo -su nuevo guía y amigo-, Pensante Caminante se dispuso, al fin, a continuar su camino. Algo muy profundo decía a su corazón que, si bien su cayado aún era fuerte, ese largo e intrincado peregrinar estaba a punto de concluir.

Apresurando el paso, forastero en la Tierra, Pensante Caminante volvía por fin a sus orígenes, a su heredad, a su verdadera morada… ¡a la Casa del Padre!


Elvira G.

® Derechos Reservados.

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