miércoles, 17 de febrero de 2010

Nadie te ofende...

¡Tú te ofendes!
Las personas pasan la mayor parte de su vida sintiéndose ofendidas por lo que “alguien” les hizo. La revelación sorprendente que te voy a hacer, va a cambiar tu vida: ¡nadie, nunca jamás te ha ofendido! Nadie te ofende
Son tus expectativas de lo que esperabas de esas personas, las que te hieren. Y las expectativas tú las creas con tus pensamientos. No son reales. Son imaginarias.
Si tú esperabas que tus padres te dieran más amor, y no te lo dieron, no tienes por qué sentirte ofendido. Son tus expectativas de lo que “un padre ideal” debió hacer contigo, las que fueron violadas. Y tus ideas son las que te lastiman.

Si esperabas que tu pareja reaccionara de tal o cual forma y no lo hizo, tu pareja no te ha hecho nada. Es la diferencia entre las atenciones que esperabas que tuviera contigo y las que realmente tuvo, lo que te hiere.

Nuevamente, eso está en tu imaginación. ¿Enojado con Dios? Son tus creencias de lo que debería hacer Dios, las que te lastiman. Dios jamás ofende o daña a nadie. Un hábito requiere de todas sus partes para funcionar. Si pierde a una de ellas, el hábito se desarma. El hábito de sentirte ofendido por lo que “te hacen otros” -en realidad nadie te hace nada-, desaparecerá cuando conozcas mejor la fuente de las “ofensas”.

Cuando nacemos, somos auténticos. Pero nuestra verdadera naturaleza es suprimida y sustituida artificialmente por conceptos que nuestros padres, la escuela, la sociedad y los medios nos enseñan. Y crean una novela falsa de cómo deberían ser las cosas en todos los aspectos de tu vida, y como “deben” de actuar los demás. Una novela que no tiene nada que ver con la realidad.

También, las otras personas son criaturas de inventario. A lo largo de su vida, coleccionan experiencias: padres, amigos, parejas, etc., y las almacenan en su inventario interior. Las experiencias negativas dejan una huella más profunda en nosotros, que las positivas. Y cuando una persona es “maltratada” por alguien, (por no haber dicho o hecho lo que se esperaba de ella), deja esa experiencia en su “inventario”.

Cuando conoce a otro alguien, tiene miedo. Y trata de ver si la nueva persona repetirá las mismas actitudes que las que le hirieron, o sea que se predispone a sufrirlas de nuevo. Saca una experiencia de su inventario negativo. Se pone los lentes de esa experiencia y ve a las nuevas personas y experiencias de su vida, a través de esos lentes. Obviamente provoca lo que teme.

¿Resultado? Se duplican los mismos problemas y las mismas experiencias negativas. Y el inventario negativo sigue creciendo. En realidad lo que sucede es que te estorba. No te deja ser feliz. Y a medida que se avanza en años se es menos feliz, ¡porque el inventario negativo aumenta año con año!

¿Has visto a las personas de edad avanzada y a los matrimonios con muchos años? Su inventario es tan grande, que parece que la negatividad es su vida. Una y otra vez sacan experiencias de su inventario negativo ante cualquier circunstancia.

Una de las mayores fuentes de ofensas, es la de tratar de imponer el punto de vista de una persona a otra, y guiar su vida. Cuando le dices lo que “debe hacer” y te dice “no”, creas resentimientos por partida doble. Primero, te sientes ofendido porque no hizo lo que querías. Segundo, la otra persona se ofende porque no la aceptaste como es.

Y es un círculo vicioso. Todas las personas tienen el derecho divino de guiar su vida como les plazca. Aprenderán de sus errores por sí mismos. Déjalos ser. Además recuerda también que nadie te pertenece.

Cuando los colonos americanos querían comprarles sus tierras a los Pieles Rojas, estos les contestaron: “¿Comprar nuestras tierras? ¡Si no nos pertenecen! Ni el fulgor de las aguas, ni el aire, ni nuestros hermanos los búfalos a los cuales sólo cazamos para sobrevivir, nos pertenecen”. Es una idea completamente desconocida para nosotros.

Ni la naturaleza, ni tus padres, ni tus hermanos, ni tus hijos, tus amigos o parejas, te pertenecen. Es como el fulgor de las aguas o el aire. No los puedes comprar. No los puedes separar. No son tuyos. Sólo los puedes disfrutar como parte de la naturaleza.

No puedes atrapar el cauce de un río. Sólo puedes meter las manos, sentir el correr de las aguas entre ellas, y dejarlo seguir. Las personas son un río caudaloso. Cualquier intento de atraparlas te va a lastimar. Ámalas, disfrútalas y déjalas ir. Entonces, ¿cómo puedo perdonar?

1) Entiende que nadie te ha ofendido. Son tus ideas acerca de cómo deberían actuar las personas y Dios, las que te hieren. Estas ideas son producto de una máscara social, que has aprendido desde tu infancia de forma inconsciente. Reconoce que la mayoría de las personas NUNCA van a cuadrar con esas ideas que tienes. Porque son ideas falsas.

2) Deja a las personas ser. Deja que guíen su vida como mejor les plazca. Es su responsabilidad. Dales consejos, SOLO SI TE LO SOLICITAN, pero permite que tomen sus decisiones. Es su derecho divino por nacimiento: el libre albedrío y la libertad.

3) Nadie te pertenece. Ni tus padres, amigos y parejas. Todos formamos parte del engranaje de la naturaleza. Deja fluir las cosas sin resistirte a ellas. Ama y deja ser.

4) Deja de pensar demasiado. Ábrete a la posibilidad de nuevas experiencias. No utilices tu inventario. Abre los ojos y observa el fluir de la vida como es. Cuando limpias tu visión de lentes obscuros y te los quitas, el resultado es la limpieza de visión.

5) La perfección no existe. Ni el padre, amigo, pareja o hermano perfecto. Es un concepto creado por la mente humana que en ningún nivel intelectual puedes comprender, porque en la realidad NO EXISTE. Porque es un concepto imaginario. Un bosque perfecto sería únicamente árboles, con un sol delicioso... ¡y sin bichos! ¿Existe? No.

Para un pez, el mar perfecto sería aquél donde no hay depredadores, ¿existe? No. Sólo a un nivel intelectual. En la realidad JAMAS VA A EXISTIR.

Naturalmente, al pez sólo le queda disfrutar de la realidad. Cualquier frustración de que el mar no es como quiere que sea, no tiene sentido. Deja de resistirte a que las personas no son como quieres. Acepta a las personas como el pez acepta al mar y ámalas como son.

6) Desintoxícate del veneno del rencor y reconcíliate con la vida. La vida real es más hermosa y excitante que cualquier idea que tienes del mundo.

7) Imagina a esa persona que te ofendió en el pasado. Imagínate que ambos están cómodamente sentados. Dile por qué te ofendió. Escucha su explicación amorosa de por qué lo hizo. Y perdónala. Si un ser querido ya no está en este mundo, utiliza esta dinámica para decirle lo que quieres. Escucha su respuesta. Y dile adiós. Te dará una enorme paz.

8) A la luz del corto período de vida que tenemos, sólo tenemos tiempo para vivir, disfrutar y ser felices. Nuestra compañera, la muerte, en cualquier momento, de forma imprevista, nos puede tomar entre sus brazos. Es superfluo perder el tiempo en pensar en las ofensas de otros. No puedes darte ese lujo.

9) Es natural pasar por un periodo de duelo al perdonar, deja que tu herida sane. Descárgate con alguien para dejar fluir el dolor. Vuelve a leer este artículo las veces necesarias y deja que los conceptos empiecen a sembrar semillas de conciencia en tu interior.

Aprende con honestidad los errores que cometiste, prométete que no lo volverás a hacer y regresa a vivir la vida. Y como dirían los Beatles, ¡Let it be!... Deja al mundo ser. Y déjate ser a ti también.

La gente, las situaciones, las cosas y “el destino” no nos fallan, son nuestras expectativas, esa aparentemente inofensiva y sutil forma de inmoralidad.

Dicen por ahí que las copias, esas que nos mandan hacer en el colegio cuando somos niños, no sirven para nada. Dicen que no se aprende nada con ellas.

Sostiene la gente entendida que para aprender, el aprendizaje debe ser significativo, es decir, que sólo aprendemos lo que nos interesa de verdad, lo que nos motiva, lo que vivimos, lo que significa algo para nosotros.

Pues bien, nuestra tozuda manía de crearnos expectativas lleva toda la vida haciéndonos sufrir y todavía no lo hemos aprendido. Se supone que en este caso el sufrimiento debería ser suficiente aprendizaje y deberíamos de dejar de crearnos esas expectativas que lo causan.

Pues no terminamos de aprenderlo y seguimos “esperando”, sobre las cosas, sobre las situaciones, sobre lo que va a suceder o no, sobre cosas sobre las que no se tiene absolutamente nada de control, como los juegos de azar, como el clima (lluvias o no lluvias), sobre los gobernantes, nuestros deportistas o equipos favoritos, sobre los libros que no hemos leído o las películas que no hemos visto pero, sobre todo, y por encima de todo: sobre las personas, llámense familiares consanguíneos o políticos, pareja, hijos, jefes, subalternos, compañeros de trabajo, vecinos conocidos y hasta de desconocidos.

Como no aprendemos sufriendo, vamos a probar del modo tradicional, veamos si funciona. Copia cien veces la siguiente frase:

Crearme expectativas me hace sufrir mucho…
Crearme expectativas me hace sufrir mucho…
Crearme expectativas me hace sufrir mucho…

(Anónimo).

2 comentarios:

Fael·lo dijo...

Hola Elvira!!
Me ha encantado esta entrada, es de lo más sabio que he visto desde hace mucho. Y además está explicado tal cual es.

Ójala el mundo absorbiese esta verdad... como cambiaría todo (y con esto vuelvo a caer en el error de mis expectativas... :) )

Muchas gracias por compartirlo con todos

Un abrazo enorme

Elvira G. dijo...

¡Buen día, Fael-lo!

Gracias por tu visita y tu comentario. También a mí me pareció excelente este mensaje desde la primera vez que lo leí. Lo guardé entre mis "tesoros de aprendizaje", y ahora encontré la ocasión de compartirlo.

Creo que todos los que aún estamos en este plano, tenemos mucho qué aprender de esas palabras. Según las enseñanzas de Budha, el apego es la raíz del sufrimiento. Y todas esas nuestras
"expectativas", son apegos a un cierto tipo de resultados. Al no ser así, hacemos de nuestro peregrinar por esta tierra, un constante "penar".

Menos mal que vamos aprendiendo, que vamos hacia la Luz. ¡Así lo creo y así lo espero! (Expectativa positiva en este caso!)

¡Un abrazo, hermano/peregrino!

Elvira G.