-¿De dónde llegas, cansado peregrino, encorvado el cuerpo, y con profundos surcos de pesares y desilusiones marcados en tu frente? ¿Qué guardas o escondes tan celosamente en esa pesada talega sobre tu espalda?
-No escondo ni guardo en secreto nada que no sean las experiencias y lecciones recopiladas a lo largo del camino…
-Y ¿por qué no vaciar ya un poco tu talega? ¿Por qué no aligerar tu carga? ¡Déjame ver qué llevas ahí!
-Si insistes, la abriré: mira, primero salen por aquí algunas decepciones y tristezas. Lágrimas derramadas en algún recodo del sendero. Rencores. Resentimientos. Recuerdos grises de cuando inicié mi marcha. También surgen remordimientos, sentimientos de culpa. No logro dejarlos ir…
-¡Suéltalos de una vez por todas! ¿No te das cuenta que mientras los sigues cargando, la persona a quien crees haber agredido, quizás ya ni siquiera te recuerda? ¿Con qué objeto te sigues auto flagelando? ¡Suelta y deja ir! El perdón comienza por ti mismo. El mundo entero podrá perdonarte pero, si tú no lo aceptas, ¿de qué ha de servirte?
-¡Anda, sigue vaciando tu talega!
-Mira, aquí llevo algunos triunfos… aunque también comienzan a salir unos cuantos fracasos, unas buenas caídas de las que he logrado levantarme. Y ahora, ¡aquí van para fuera mis inseguridades! Si he de sacar todo de mi talega, ya no las necesito dentro. ¡Quiero deshacerme de ellas!
Ah!, pero también traigo algunas alegrías, no todo es oscuro ni huele a rancio dentro de mi talega… Aquí están igualmente mis ratos de luz. Aquellos momentos cuando me he sentido fuerte e invencible, porque he logrado vislumbrarle a Él, mi Padre. Cuando siento su Presencia, nada puede detenerme ni derribarme. Sólo que no me aferro lo suficiente a Él. Pronto lo suelto y vuelvo a caer. Y entonces me siento frágil y pequeño…
-Déjame ver ¿qué más hay ahí?
-Aquí los tienes, mis amores y desamores. Todos me han enriquecido de una u otra manera. Los he gozado, aunque también los he sufrido. Mis amores han sido muy míos. Si no han permanecido, es porque quizás ya cumplieron su misión en esta travesía del camino para mí. Saco y dejo aquí los recuerdos dolorosos…
Guardaré conmigo las luces y los soles que me dejaron en la memoria. Mira, traigo risas, cantos, gaviotas, golondrinas, amaneceres, atardeceres... Traigo el incesante murmullo de las olas y el viento suave de la montaña. Traigo la brisa del verano y el alegre revolotear de las hojas en otoño… Mi talega se va vaciando.
-Y tu rostro y tu figura se transforman. Te has vuelto erguido. Tu rostro irradia luz y serenidad. ¿Ves cuán importante es soltar y dejar ir tanto pasado, tanta muerte que cargabas a cuestas?
-Había luces y sombras, noches y días en mi talega…
-Pero ahora puedes elegir: no más oscuridad, no más dolor. No más temores. No más angustias. Sácalos, déjalos fuera de casa, de tu talega. Recházalos. Ya no te corresponden. Ya no los aceptas ni los reconoces como tuyos. Ahora has aligerado tu peso. Vas de regreso a Casa del Padre.
Cuando llegues ahí tu talega será liviana. Etérea. Te permitirá remontar obstáculos. Andarás sin cansancio. Casi volarás, sin darte cuenta. Serás serenidad, sabiduría, entendimiento.
Marcharás erguido y ligero, con alas en el alma. Serás sandalia dejando huella a quien viene detrás. Serás libre. Serás amor. Serás en la Luz del Padre. Serás parte del Eterno…
Elvira G.
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