miércoles, 23 de diciembre de 2009

Tiempo de Navidad

Sin sentirlo, sin saber cómo, estamos una vez más en Navidad. El mundo parece acelerarse vertiginosamente por las calles. Y, a pesar del deterioro económico que se vive en el planeta, aún hay quien se deja seducir por la publicidad y las ofertas de los grandes almacenes para correr, cuanto antes, a comprar los regalos de sus seres queridos. Habrá incluso quienes estén aún dispuestos a sufrir horas enteras para pagar, y luego para que les envuelvan muy especialmente esos regalos navideños.


Sin embargo, estamos en diciembre del 2009. Muchas cosas han cambiado con el transcurrir de este año y creo que, a pesar de sus esfuerzos, la mercadotecnia y la publicidad no alcanzarán los éxitos de otras épocas. Por fortuna. El despertar de las conciencias se va filtrando, poco a poco, en los más apartados rincones del mundo.

No sólo no hay dinero constante y sonante en los bolsillos, al menos no el suficiente como para darse lujos. Ha surgido, por si fuese poco, otra carencia que me parece no sólo está a la par de la económica, sino que incluso la supera: ¡la carencia del tiempo! Según la Resonancia de Schumann, las vibraciones de nuestro planeta son cada vez más rápidas, de manera que el que antes era nuestro día de 24 horas, se ha convertido al día de hoy, en una jornada de tan sólo 16 horas. Quiere decir que el tiempo lineal, como lo medimos en esta tercera dimensión, se nos está acelerando y, por lo tanto, acortando o reduciendo. Es decir, que el tiempo es un enorme “bien” del que todos carecemos en estos días.

Tiempo para dar…y tiempo para recibir. Tiempo para escuchar… y tiempo para ser escuchado. Tiempo para consolar… y tiempo para recibir consuelo. Tiempo para ofrecer un consejo… y tiempo para aceptar una orientación. Tiempo para compartir… y tiempo para retribuir. Andamos siempre ajetreados, acelerados, corriendo a todas partes, atendiendo a mil y un problemas o proyectos. Miramos constantemente, a hurtadillas, el reloj -nuestro implacable administrador de ese tan limitado tesoro-, para verificar si estamos cumpliendo nuestros propósitos dentro de su infatigable e incesante conteo. Nos hemos vuelto tan paupérrimos en tiempo que, ¿sabes, querido lector? ¡creo que ese sería el mejor de los regalos para esta Navidad!

No sólo tiempo para estar con nosotros mismos y recordar precisamente el motivo de estas fiestas: el gran mensaje que nos trajo aquél recién nacido en ese humilde portal de Belén. Un mensaje que constituye la primera de las Leyes del Universo: el Amor. Nos enseñó a amarnos los unos a los otros. A amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos. La lección la sabemos en teoría, pero muchas veces la olvidamos en la práctica. En nuestro afán por conseguir nuestros propios intereses, nos olvidamos de procurar que ese bien no sólo me beneficie a mí, sino a los demás. Y, por miedo a no tener en suficiencia, nos volvemos egoístas, egocéntricos… y nos sentimos automáticamente separados del resto del mundo.

Cristo, el gran maestro del tiempo y de los tiempos, nos enseñó a vivir en el aquí y en el ahora. A ir por el mundo sin acumular posesiones. A vivir nuestra naturaleza de pasajeros, viviendo tan sólo en tránsito por este mundo. Y a estar ahí, siempre presentes para los demás.

Ese recordatorio es el que me hace concluir que el mejor de los regalos para la Navidad, no es el que sale de una tienda, sino el que surge del corazón. No es el detalle que ha costado una cuantiosa fortuna, sino el que lo único que nos cuesta, es el abrir nuestro corazón. Y ese regalo, hoy en día, no se compra con papel moneda. Volvemos a él: es sólo el tiempo el que lo puede comprar.

Me viene a la memoria la historia de aquél pequeño, hijo de un acaudalado hombre de negocios, ocupadísimo siempre en sus asuntos personales. Al verle siempre tan ocupado, y que nunca podía llevarle al cine o a jugar con él en el parque, el niño comenzó a reunir las monedas que recibía los domingos. Cuando consideró que tenía suficiente dinero, fue tímidamente al sobrio despacho de su padre, y le preguntó: papá, ¿cuánto cuesta tu hora de trabajo? ¿cuánto ganas en una hora de tu día en la oficina? Sorprendido, el acartonado y adusto ejecutivo volvió la mirada a su hijo y le contestó: ¿por qué quieres saber eso, hijo? Y el niño, inocentemente, estirando el brazo, abrió la mano y mostrándole las monedas, le dijo: quiero saber si con esto me alcanza para comprar una tarde de tu tiempo, para que me lleves al parque o al cine, algún día…

¡Ojalá nunca lleguemos a eso! El estar con tu pequeño y salir con él a pasear en bicicleta… sentarte al lado de tu hija y enterarte cómo le va con ese chico con quien ha comenzado a salir… ir a dar un paseo al parque para que tu hermano te cuente sus inquietudes en el trabajo… escuchar a tus amigos… ¡Toda situación de convivencia es una dádiva de tiempo!

¿Y sabes qué?, sí podemos darnos ese tiempo. Tiempo de calidad para compartirlo con nuestros seres queridos. ¿Cómo? Quizás viendo menos televisión, dejando a un lado tu partido de fútbol, o negándote a hacer colas inmensas en las tiendas para comprar “los mejores regalos de Navidad”. El dinero no compra paz ni tranquilidad, ni ese sentimiento de sentirse acompañado y comprendido, que sólo puede generarse en tu ser querido cuando tu tienes “tiempo para él”.

Deseo para ti, querido lector, que esta Navidad haya un brillo especial en tu hogar. El brillo de la paz que proviene del estar ahí, en ese momento. Que tu presencia sea el mejor obsequio, el mejor presente para tus seres queridos, en este mágico Tiempo de Navidad.

Eres Luz, recuérdalo… ¡y compártelo!

Elvira G.

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